viernes, 8 de marzo de 2013

EL TATUAJE




A Marina
Cada día pasea por la playa, deja que el agua moje sus pies. Es una enamorada de la vida, de la mar. Cuando ve que va cayendo el sol, va alejándose de la orilla para recogerse y esperar a que vuelva a salir un simple rayo y regresar para ver pasar los barcos, en espera de que regrese su amor.
Un día conoció a un hombre, que como dice la copla era rubio como la cerveza y con el brazo tatuado. Se sentaba en el puerto y lo veía pasar mientras que descargaban la mercancía. Solía volver cada tres o cuatro días, ya se tenía hecho un calendario con lo que tardaba en volver según el destino.
Su nombre era Marina, el de él la mar lo sabrá. Jamás conoció el nombre de ese marinero, nunca se atrevió a dirigirle la palabra. Sentía que al hacerlo se esfumaría la magia que había en él, quizás al hablar, al conocerlo, no fuera como se lo imaginaba.
Para ella era como un rito, los días que él no estaba se los pasaba soñando como sería si algún día se atreviera a conocerlo, a poder acariciar ese tatuaje que la volvía loca. Y el día que sabía que vendría se levantaba a primera hora y se preparaba para ir a verlo. Iba a casa de su amiga para que alguien la acompañara y no estar todo el día sola, además, no podía mostrar tan claramente que se moría por sus huesos, que no iba para pasar las horas muertas hablando con su amiga, sino para verlo a él.
Lo malo eran los días en que llovía. Esos días eran un puro infierno, tenía que pasar el día en casa, teniendo que contemplarlo a través de la ventana cuando él iba a comer al bar que se encontraba en la misma calle donde vivía Marina. Al menos tenía ese consuelo, que a la hora de la comida lo podía ver atravesar la calle hasta llegar al bar. Y allí tras los cristales esperaba a que saliera.
Pero un día faltó a su cita. Llegó el barco, bajaron todos los marineros menos él. No sabía a que se podía deber esto. Se vio en un momento con una gran angustia. Temía que le hubiese pasado lo peor, no se movió hasta que se fue el barco y pudo comprobar que él no venía en esta ocasión. ¿Qué le podría haber pasado? Temía que nunca más volviera a aparecer por aquel puerto.
Marina regresó al otro día con esperanzas de que en esta ocasión tuviera más suerte. El barco volvió pero él no. Y así día tras día. Ella vagaba como alma en pena.
A partir de entonces va todas las mañanas a esperar que regrese y así lleva ya más de cincuenta años creyendo que algún día volverá, que cualquier día le dará la sorpresa y se lo encontrará en el puerto, rubio como la cerveza y con el brazo tatuado.



*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García Hidalgo



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