martes, 12 de noviembre de 2013

DESAYUNO CON DIAMANTES




Acabo de ver –es la vez número treinta o cuarenta– Desayuno con diamantes. Cada vez veo más desgraciada a Holly. Siempre ha sido mi punto de referencia. La persona a la que me quería llegar a parecer. Una persona libre, alegre, sin más problema que pensar qué sombrero ponerse para ir a darle el parte meteorológico a un preso. Sin complicaciones, sin dependencias, libre como su gato, que entraba y salía como Pedro por su casa. Su mayor preocupación era que estuviera el señor Yunioshi para que cuando ella llegara, borracha de alguna fiesta, le abriera la puerta.
Siempre he admirado esa vida loca y con desenfrenos hasta el límite. Guardando la clase, la compostura, el glamour hasta cuando los periodistas la acosaron en la comisaría acusada de colaborar con una banda mafiosa.
Ahora, cada vez que la veo me da más pena la pobre Holly. Atrapada en un mundo del que no puede salir. Es más fuerte el no quererse desprender de esa vida fácil, que luchar por el verdadero amor. Aferrada al recuerdo de su hermano Fred y destrozada al enterarse de su muerte.
No sabría con qué Holly quedarme, si la literaria o la cinematográfica. Son las mismas pero con finales distintos. La primera huye de todo. Escapa de la vida y desaparece en la nada sin dejar señal, mientras que la segunda Holly sigue su corazón y se queda con Paul. Quizá prefiera a la del cine. Me gustaría que fuera más poderosa la fuerza del corazón.

Nadie es realmente feliz. No creo que la mejor forma de serlo resida en huir de los problemas, como hacía Holly, creándose un mundo aparte, sino en luchar contra ellos.


(c) Sebastián García Hidalgo

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