Acabo de ver –es la vez
número treinta o cuarenta– Desayuno con diamantes. Cada vez veo más
desgraciada a Holly. Siempre ha sido mi punto de referencia. La persona a la
que me quería llegar a parecer. Una persona libre, alegre, sin más problema que
pensar qué sombrero ponerse para ir a darle el parte meteorológico a un preso.
Sin complicaciones, sin dependencias, libre como su gato, que entraba y salía
como Pedro por su casa. Su mayor preocupación era que estuviera el señor
Yunioshi para que cuando ella llegara, borracha de alguna fiesta, le abriera la
puerta.
Siempre he admirado esa
vida loca y con desenfrenos hasta el límite. Guardando la clase, la compostura,
el glamour hasta cuando los periodistas la acosaron en la comisaría
acusada de colaborar con una banda mafiosa.
No sabría con qué Holly
quedarme, si la literaria o la cinematográfica. Son las mismas pero con finales
distintos. La primera huye de todo. Escapa de la vida y desaparece en la nada
sin dejar señal, mientras que la segunda Holly sigue su corazón y se queda con
Paul. Quizá prefiera a la del cine. Me gustaría que fuera más poderosa la
fuerza del corazón.
Nadie es realmente feliz.
No creo que la mejor forma de serlo resida en huir de los problemas, como hacía
Holly, creándose un mundo aparte, sino en luchar contra ellos.
Fragmento "Saberse olvidado"
(c) Sebastián García Hidalgo
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