Quizás mañana cuando vuelva como
cada día a abrir el armario de la cocina lo encuentre. Miraré de reojo por si
acaso se mudó para que no lo alcance. Al final en el último rincón alargaré los
dedos. Me da vergüenza reconocerlo. Han pasado ya demasiadas décadas por mis
espaldas, pero la textura del chocolate amargo en mi boca derritiéndose es algo
que se me hace irresistible.
(c) Sebastián García Hidalgo
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